Leer más que nunca

Cuando pequeño preguntaba a los mayores qué era más fácil: si leer o escribir. Todas las respuestas que recibía era la misma «ambas». ¡Qué mentira más grande! Así que niños que lean esto, si es que los hay, la respuesta es sencilla: leer es más fácil que escribir y, por de pronto, más placentero.

¿Y a qué se debe esta presentación? Resulta que este año he vivido de manera intensa, he podido viajar, querer, odiar, sufrir y reír, y en cada uno de esos momentos me ha acompañado un libro. Basta decir que he leído como nunca y ahora que tengo trabajo no hallo la hora de llegar en la casa y zambullirme en el placer que me está provocando leer.

Siempre he sido lector, pero la dupla de Pierre Lemaitre y Jo Nesbo me sacó de una verdadera sequía literaria, sobretodo el primero que ya me leí toda su bibliografía en menos de un año. Libros como «Nos vemos allá arriba» o «Alex» han devuelto en mi las esperanzas que los libros me vuelvan a entretener como antes.

Y eso. Necesitaba escribirlo en alguna parte que no sea las redes sociales y me acordé de que tengo un blog.

Dos ejemplos de no saber leer

Siempre leí con dudosa sospecha que los chilenos somos incapaces de leer bien o el simple hecho de seguir instrucciones, pero de un tiempo a esta parte puedo asegurar que eso es cierto.

Hace más o menos cuatro meses trabajo en modalidad part-time en un supermercado y es increíble las veces que a uno le preguntan el precio de un producto, estando señalado de manera clara abajo de este. La semana pasada sin ir más lejos me di el trabajo de enumerar cuantas veces me consultaban el precio y fue la despreciable suma de 27 veces. Como el cliente siempre tiene la razón, o sea es infalible y envidiable para los que trabajamos, pongo mi mejor sonrisa cuando sucede esto:

-Perdone, ¿Qué precio tiene este producto?

Pongo mi mejor cara, veo que producto es, salgo de lo que hago en ese momento, me dirijo donde está ese producto, me agacho para rectificar que esté el precio y con la voz mas amable que mi garganta conoce digo:

-El Diente de dragón sale mil trescientos noventa pesos.

-Ahhh disculpe, no me había dado cuenta que estaba ahí, gracias.

Y sin darme tiempo para un “no hay de que”, “para eso estamos” o “no se preocupe, es nuestro trabajo” se va, así sin más.

El-cliente-siempre-tiene-la-razonOtra cosa es cuando preguntan sobre un producto, por lo general trabajo en la sección de frutas y verduras dos días a la semana, el resto estudio y me desligo totalmente. El problema viene cuando la gente cree que por que uno trabaja ahí debería saber el lugar exacto en donde está ese producto, habiendo letreros grandes en los que indica en donde se encuentra, y si no están deberían estar en el segundo piso. Pero no, el cliente le preguntan al pobre asalariado muerto de hambre en donde está el papel higiénico y mi respuesta en el 90% de los casos es la misma: Está en el segundo piso. El cliente dice “ahhhh que flojera” y se va.

Algo está mal, no puede ser la gente tan tonta y floja, no puede ser que en la entrada de personal en mi trabajo halla un letrero gigante diciendo “1) El cliente siempre tiene la razón 2) En caso que no lo tenga remítase al primer punto”. Eso es tan falso como que yo soy perfecto, cometo errores pero por la puta que soy mejor que la mayoría que va a comprar mis frutas y verduras.

Falta un poco más de sueño

Tras despertar de un sueño intranquilo, y de paso verificar que no me había convertido en un insecto, tuve la extraña idea de que me estaba haciendo con el paso de los días más tonto, y es que estos meses sin ir a la universidad a causa paro estudiantil han hecho que releyera la materia de teoría del periodismo hasta antiguos textos de la enseñanza media que creía haber olvidado. Todo esto como a las cinco de la mañana.

Las veces que me despierto en la madrugada por lo general no puedo volver a dormir no sin antes hacer algo, cualquier cosa.  Para mi internet se vuelve aburrido desde las tres de la madrugada, por lo tanto prender el computador no es una alternativa por lo que me pongo a leer diferentes libros de cuentos que aun no acabo. Eso es lo bueno de los cuentos, se terminan rápido y no te cuentan subtramas innecesarias ni los muebles que presencian los hechos importantes de la acción.

Otra cosa es que ahora último me despierto con sensaciones diferentes, ya sea soledad, miedo, pena e incluso melancolía; sensaciones que, por desgracia y con el paso de los años, uno aprende a vivir con ellas. Voy creciendo, y por más que me valla bien en la vida son esos pequeños detalles los que impiden disfrutarla a pleno, sueños en los que me replanteo situaciones incomodas y solo me hacen pensar más de lo estrictamente necesario.

Pero mientras yo acá, son las cuatro de la madrugada y me da por escribir esto.